Emprendedores

Publicada originalmente en El Diario de Hoy el 8 de diciembre de 2016.

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Yo admiro y respeto mucho a los emprendedores. Siempre me ha parecido fantástica su habilidad de transformar ideas e ingenio en riqueza, empleos y dinamización de la economía.

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Joe Schumpeter, quien acuñó el término ‘destrucción creativa’

Además, veo con constante asombro su capacidad de innovación y disrupción, logrando superar de las viejas formas de producción y distribución para simplificar nuestras vidas y facilitarle el trabajo a quienes lleguen después de ellos. En palabras de Joseph Schumpeter, valoro su “destrucción creativa”.

 

Finalmente, me parece que junto a lo económico, los emprendedores tienen un valor trascendental para la vida de las sociedades, pues con su autonomía rompen aquellos viejos esquemas de colusión entre los que detentan el poder y los que poseen gran parte de los recursos en una sociedad. Los emprendedores son adalides de la libertad y los principios más honestos del mercado: no buscan privilegios, prebendas o beneficios, sino un espacio donde implementar sus ideas.

Habiendo dicho esto, debo ser muy honesto: creí haber leído y escuchado lo suficiente sobre los emprendedores. Sí, son dignos de aplauso y admiración, pero a mí, que no soy fanático de los discursos inspiracionales y de liderazgo, me bastaba con lo que había visto. En resumen, ¡ya no más foros, conversatorios, paneles o frases de superación!

Eso creía hasta hace muy poco, cuando en un aeropuerto me encontré un librito curioso que me brindó una perspectiva poco explorada de los emprendedores.

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Assholes, de Aaron James

En su satírica obra titulada “Assholes: A Theory of Donald Trump”, el doctor en filosofía y estudioso del comportamiento humano, Aaron James, nos explica parte de las razones por las que el magnate se podía encaminar al triunfo y meses después de su publicación esto se confirmó.

Además de su ánimo resuelto, su simple retórica y su apelación constante a la rivalidad y el miedo, el éxito de Trump reside en ser un emprendedor político, concepto que James explica entre las páginas de su segunda entrega de la serie “Assholes”.

Al igual que en la economía, arguye el autor, un emprendedor político rompe con los viejos métodos de producción y administración de recursos. En este caso, el recurso de la toma decisiones y la gestión de lo público. Su distanciamiento con las tradicionales formas del pasado le vuelve atractivo y de manejar bien este capital político, rápidamente se tomará espacios institucionalizados con una retórica fresca (aunque no necesariamente constructiva).

Trump es la esencia de la antipolítica. Se ha distanciado del discurso del “establishment” de Washington y esto jugó a su favor. No le debía favores a financistas, superando un resentimiento típico con la administración usual. No es políticamente correcto y se notaba despreocupado. Todo esto refuerza su imagen de emprendedor político.

Lastimosamente, hay un factor que diferencia al emprendimiento económico del político y es que en el económico, la disrupción conlleva indiscutiblemente a que futuros innovadores tengan el camino abierto y usen de plataforma los logros del pasado. De los avances de unos pioneros se alimenta el éxito de los que vendrán.

En la política, por otra parte, esto no siempre es cierto. Si bien ha habido líderes que pavimentaron el camino de innovación en el discurso para que sus sucesores no tuvieran que volver a andarlo, otros rompen con el ‘establishment’ solo para generar uno nuevo, igual de cerrado que el anterior, siempre basado en la intolerancia, el miedo y la intimidación.

Los líderes antipolíticos no aceleran la innovación en la institucionalidad. Por el contrario, la sustituyen por sus caprichos. El gran riesgo del emprendimiento político de Trump es el discurso personalista que está construyendo y que ese camino que ofrece solo refuerza los caudillismos que tanto daño han hecho en el pasado.

El Salvador no es ajeno a este proceso. Si no, revise las acciones de políticos jóvenes como el alcalde capitalino o algunos diputados junior del partido ARENA. Sí, algo nuevo ofrecen, un estilo de emprendimiento y un “rebranding” de los vehículos que los llevaron al poder. Pero este cambio no refuerza ni acelera los cambios institucionales que precisamos, solo configura un nuevo personalismo basado en el miedo, las políticas públicas no basadas en evidencia sino en mitos y las medias verdades, el oportunismo y el dañino discurso de “buenos contra malos”.

Estos son los emprendedores políticos que no innovan, solo le ponen un disfraz joven a las viejas y peligrosas prácticas del caudillismo.

“Round up the usual suspects”

Publicado originalmente el miércoles 24 de noviembre de 2016.

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La política en El Salvador no marcha bien. No tenemos las llamativas crisis de algunos vecinos, pero tampoco podemos presumir. Tras casi veinticinco años del fin del conflicto armado, no hemos sabido administrar los recursos que ofrece una democracia para solucionar las necesidades con servicios de calidad e incentivos para la generación de progreso y prosperidad.

El corruptillo capitán Renault.

Y, parafraseando la famosa línea del capitán Renault en Casablanca, ante una crisis nos apuramos a “round up the usual suspects” (“detener a los sospechosos habituales”) y culpamos a los partidos políticos y sus representantes de nuestras desgracias.

Esta actitud, si bien tiene algo de razón, evidencia una comodidad del ciudadano que encuentra en todos, menos en él mismo, a los responsables de la poca efectividad de un sistema. Pero los problemas del país no solo dependen de su oferta de políticas, sino de la demanda (ciudadanía) que a lo largo de los años hemos construido.

La polarización y el maniqueísmo que caracterizan al salvadoreño se evidencian en cómo miles de ciudadanos, al enfrentarse al análisis de un funcionario, evitan profundizar y en un simplismo bárbaro le califican como “bueno” o “malo”, como “enteramente corrupto” o “totalmente transparente” o como “digno de todos los insultos” o “merecedor de todos los aplausos”.

Además, analizamos al funcionario desde variables únicas y no reconocemos grises, sino blancos o negros. Somos virulentos a la hora de expresar nuestro descontento y torpemente ingenuos a la hora de aplaudir al que nos gusta.

Consciente de que una profundización del análisis político requiere mucha educación y bastante tiempo, me permito elaborar una propuesta básica para filtrar a cualquier funcionario público basada en únicamente dos variables. Si usted quiere agregar más, perfecto, pero empleemos estas para comenzar…

Sugiero que a cada funcionario se le evalúe su efectividad y su compromiso con la democracia. ¿Por qué estas variables? Porque un país en crisis requiere que se solucionen sus problemas, pero debe prevenir que quien lo haga no concentre tanto poder en sus manos y cree catástrofes nuevas.

Si aplicamos este análisis, me parece que podemos encontrar cuatro categorías distintas:

El autoritario inoperante, ni efectivo ni comprometido con la democracia. Contra estos, quiero creer, ya estamos empezando a vacunarnos pero por si acaso, tengamos cuidado de quienes irrespetan la institucionalidad, detestan a la prensa libre y dejan tras de sí crisis monumentales y profundas deudas.

El ingenuo soñador, que respeta las reglas del juego, pero no logra alcanzar acuerdos. Gracias a este, en un sistema se genera desafección, pues las buenas intenciones no lograron nada. Su popularidad es efímera.

El aprendiz de dictadorcillo que cumple. Este es el más peligroso y el más popular en Latinoamérica, pues embellece las ciudades y logra algunos objetivos pero su vanidad no le permite entender que su poder no es ilimitado. Se siente indispensable.

Aquí están quienes, a pesar de hablar de democracia desde su curul o dejar ciudades iluminadas o con jardines, le cierran la puerta a la prensa crítica, llenan las instituciones de hermanos o primos, empujan a camarógrafos, hacen mal uso de vehículos públicos, usan dinero del estado para comprar sus corbatas y sus frutas o incurren en cualquier vicio de político oportunista. Pueden dar resultados al inicio, pero abusan de su poder y esa es una película que como región y como país ya vimos y no nos gustó el final.

Finalmente, el demócrata efectivo, quien además de buscar soluciones está comprometido con la institucionalidad, el debido proceso y con la prensa independiente. Este reconoce sus errores y puede trabajar en equipo. No promete grandes cambios, pero sí sentar las bases para avanzar gradualmente. Este el más difícil de conseguir pero el que más nos hace falta.

Aclaro: no soy tan ingenuo para pensar que de un día para otro, al emplear esta clasificación, estaremos más cerca de demócratas efectivos, pero quisiera creer que como ciudadanos podemos aportar siendo menos impresionables y más analíticos, dejando de ver el mundo como buenos y malos y matizando el análisis de quienes nos gobiernan. Recordemos que los “líderes” más peligrosos se alimentan de la torpeza, la ingenuidad y el maniqueísmo de la ciudadanía.

Si no queremos “round up the usual suspects” sin encontrar a los verdaderos responsables de nuestros problemas, empecemos por afinar nuestras opiniones y por dejar de creer la propaganda cuando va adornada de la banderita y el cantito del bando político que más nos gusta.

La vida moderna de…

La vida moderna de…

Si creciste en los mismos años que yo, es muy probable que al leer el título de esta columna, automáticamente hayas pensado en La vida moderna de Rocko, una satírica y burlona caricatura transmitida en los años noventa por la cadena estadounidense Nickelodeon.

Rocko

¡¿Qué hago en un blog de política?!

Seguramente te preguntarás qué hace en este blog surrealista una columna sobre una caricatura. Probablemente te preguntarás qué hace una columna sobre ESTA caricatura, llena de sin sentidos, sarcasmo y animales conviviendo en una ciudad extraña como O-Town. No es el propósito de esta columna un arranque de nostalgia televisiva, sino una interesante reflexión a la que no llegué sino hasta los últimos años.

La vida moderna de Rocko, además de estar cargada con sátiras sociales, estereotipos y mensajes subliminales, nos deja una lección interesante sobre un fenómeno bastante presente a lo largo del mundo.

El fenómeno más particular de O-Town, el pueblo donde se desarrolla la caricatura, es su forma de gobierno. Aunque cuenta con un ayuntamiento encargado de los asuntos locales, este tiene un poder real casi nulo y su estructura de toma de decisiones depende casi en su totalidad de Conglom-O, el gigantesco conglomerado de empresas que controla los destinos de la ciudad e incluye en su planilla a todos los funcionarios que la gobiernan.

Esta particular situación, que pasa desapercibida por la mayoría de espectadores de esta caricatura, es una crítica durísima a la colusión existente entre las élites económicas y las estructuras de poder en muchos rincones del mundo.

Este fenómeno, conocido como crony capitalism o capitalismo de amigos, en el que los verdaderos empresarios, que basan su éxito en la competencia y la satisfacción de necesidades, se sustituyen por buscadores de rentas, que buscan aumentar sus márgenes de utilidad por medio de procesos no productivos, aprovechando sus conexiones en la arena política.

Esta colusión entre políticos y falsos empresarios es constantemente señalada como un vicio resultante del libre mercado, cuando este aboga precisamente por lo contrario: igualdad ante la ley y libre competencia, sin beneficios, sin condiciones artificiales y sin “ayuditas” que distorsionen la relación voluntaria entre aquellos que producen y aquellos que consumen.

Conglom-O

«Nos perteneces… Los políticos también.»

En La vida moderna de Rocko, Conglom-O tiene un cínico lema: “nos perteneces”, y no es de sorprenderse. Con beneficios creados por los políticos (a quienes les pagan altos salarios), no tienen competencia, pueden ignorar las preferencias del consumidor y tienen cero interés por preservar el ambiente en el que operan.

Los intentos de ciudadanos de O-Town por protestar ante el alto poder del conglomerado son reprimidos rápidamente o terminan ahogándose en la interminable burocracia. Poco a poco, Conglom-O se convirtió en una corporación de proporciones monstruosas cuyo interés es preservar su poder y conservar los beneficios financiados con los impuestos de los ciudadanos.

Este capitalismo de amigos (erróneamente llamado neoliberalismo, ¡aunque de liberal no tiene nada!) tiene consecuencias devastadoras para el mundo real, ese en el que vivimos, pues desincentiva el emprendimiento, distorsiona el sistema de precios que permite el cálculo económico y prolonga la idea de que para ser exitoso, en lugar de satisfacer necesidades, debe aspirarse a ser un día el afortunado amigo del político de turno.

¿Cómo no van a deprimirse el instinto creador del humano y la capacidad de innovar cuando las posibilidades de volver rentable el ingenio dependen de los contactos dentro del sistema político?

Afortunadamente, tenemos ejemplos como el de esta divertida serie para apreciar cómo luciría un mundo en el que los políticos son totalmente sumisos a grupos de interés y harán uso de todo el aparato estatal para proteger a sus amos, estos falsos empresarios.

Crony

«Ayudita por aquí, ayudita por allá»

Debería esto servirnos de lección para ser más críticos a las constantes protecciones estatales, a los subsidios, a las interminables barreras de entrada y la tramitología eterna que reina en nuestro país. ¿A quién estamos protegiendo? ¿Realmente beneficiamos a todos los salvadoreños o sólo buscamos proteger intereses particulares, usando para ello todo el aparato estatal?

Espero que este espacio haya servido para algunos propósitos. Primero, para apreciar más esta caricatura y a su creador, el genial y sarcástico Joe Murray. Segundo, para permanecer más vigilantes de las prácticas anticompetitivas que se dan cuando el señor gobernador y el señor empresario se vuelven amiguitos.

Finalmente, para llamar a las cosas por su nombre:

No hay nada de liberalismo en la compraventa de beneficios y no hay nada de empresario en aquel que en lugar de asumir riesgos, hace uso de influencias para limitar la competencia.

No habrá milagros aquí

Artículo publicado en el periódico digital MedioLleno. Ver artículo aquí.

*En el año 2006, en Mount Stuart el artista escocés Nathan Coley expuso, entre algunas de sus obras, un texto iluminado que rezaba There Will Be No Miracles Here (No habrá milagros aquí).

¡Se acabó la superstición!

En una vieja radio de transistores suena un emotivo discurso. Con música heroica de fondo, una voz grave y amistosa promete que, en un año, cuando alcance el triunfo electoral, los ancianos vivirán al fin una vida digna Habla de las escuelas, de la economía, de los hábitos de salud de sus conciudadanos y hasta del fútbol nacional. Segundos después, promete mejorar el transporte público, que desde hace años es un desastre: “No más accidentes. Ni en el transporte, ni en nada
más. Si votan por mí, ¡seremos el país del futuro!”

Un viejo un tanto cínico escuchaba, junto a su familia, el mensaje en la sala de su casa. Al notar el entusiasmo que mostraban quienes escuchaban, se levantó y antes de retirarse les dijo, en tono de sentencia: “Aquí no habrá milagros. Ni un solo milagro”.

"No habrá milagros aquí".

«No habrá milagros aquí».

El viejo tenía razón. Lastimosamente, vivimos en un país altamente supersticioso.

Y no lo digo por la rica tradición de mitos y leyendas que por siglos se construyó en nuestra región, lo digo por el presente en que vivimos. Al estilo del genial Alejo Carpentier, el novelista cubano y padre del realismo mágico, los eventos políticos se confunden con un surrealista relato de personajes todopoderosos, cancioncitas pegajosas y una enfermiza creencia de que todo, absolutamente todo, se resolverá milagrosamente por la voluntad de nuestros políticos.

Y sin embargo, no habrá milagros aquí. Ni uno solo.

Estamos en un año preelectoral y las promesas ya están fluyendo. Durante los próximos meses, como es previsible, escucharemos cómo el mundo se solucionará en cinco años. Escucharemos cómo la economía va a crecer, las principales estrategias para que el agro regrese a ser competitivo, las mejoras en las escuelas y los impresionantes planes de seguridad. Cada quien nos dará su lista de milagros para llevarnos adelante.

Pero no habrá milagros aquí. Y reconocer que no habrá milagros es un acto de racional rebeldía.

Los ciudadanos nos hemos vuelto seres crédulos e impresionables. Nos encanta que nos hablen bonito, que nos seduzcan las promesas y nos asusten las teorías de conspiración. Nos emociona que nos prometan que con confianza plena y un pactito fiscal, se resolverán nuestras vidas. En algún punto de ese juvenil entusiasmo, hemos olvidado una regla clave, no sólo de la economía o de la política, sino de la vida misma: todas las decisiones implican un costo. Y entre más esperemos de un sector público ineficiente, más dependemos de él y más caro nos resulta este show de promesas y varitas mágicas.

¡Se terminaron los ríos de leche y miel! Las regulaciones estatales, pintadas de buenas intenciones e indulgente protección a los individuos, nos han limitado nuestro espectro de opciones y los programas sociales han fomentado la dependencia, el clientelismo y los chantajes de los políticos a los más desprotegidos.

Y sin embargo, nos seguimos emocionando.

Estamos a un año de las elecciones presidenciales y deberíamos estar más preocupados por cuánto va a costar cada promesa. Preocupados por el origen de los fondos y por quién va a ejecutar cada uno de los atractivos planes.

Como en una novela de Carpentier, sin embargo, seguimos aplaudiendo a esos falsos líderes que, con inspiración casi divina, nos prometen trazar la ruta para salir del actual estancamiento, olvidando que nosotros, los individuos, deberíamos ser los arquitectos de nuestro futuro. Olvidando que cada acto que delegamos a nuestros políticos es una razón más para depender de su criterio, constantemente arbitrario.

Seguimos esperando el mágico hechizo que nos vuelva, de un día para otro, un país desarrollado.

Pero ya lo dijo Colley, no habrá milagros aquí.

¿Por qué p%#!s está tan sucio el Árbol de la paz?

Hoy iba conduciendo frente al Árbol de la paz, cerca del Estadio Cuscatlán, cuando me encontré con un espectáculo espantoso: cientos de papeles, bolsas, botellas y desperdicios descansaban vanidosamente donde quiera que viera. Era un festival de basura.

¿Por qué p%#!s está tan sucio acá?, pensé.

Resulta que el día de hoy, uno de los partidos mayoritarios tuvo su Asamblea General y las miles de personas que asistieron dejaron los alrededores del estadio luciendo muy parecido a una zona de combate.

¡No más basura (en las calles o en la radio)!

Ahora bien, yo no soy idiota ni vivo en los setentas. No me voy a poner, como leí en las redes sociales, a decir que porque son de equis o yé ideología, son sucios y son lo que usted quiera. Correlación no implica causalidad, dicen los académicos. Si bien es cierto que los partidarios del FMLN ensuciaron todo, es probable que lo mismo hubiese sucedido en un evento de ARENA, en una manifestación contra el aborto o en un concierto de Maná (favor no repetir estos últimos en el país).

¿Por qué carajos somos tan sucios?, pensé. ¿Por qué parece una repetición del Mitch cada vez que nos juntamos más de diez en un lugar?

La respuesta está en Public Choice.

Si vamos a la casa de cualquiera de los asistentes al evento de hoy, seguramente no encontraremos basura regada en cada rincón. ¿Por qué si los ponemos juntos en una plaza sí ensucian?

Sencillo, la plaza no es de ellos. Y si no lo es, ¿qué incentivo hay para cuidarla? ¿Por qué habrían de mantenerla limpia e íntegra?

«Mío no es…»

Es evidente que si algo (un bien, un espacio, una idea, un servicio) no nos pertenece, y por tanto no obtenemos beneficio directo de su existencia, no se vuelve atractivo cuidarlo. Según la escuela Public Choice, siempre existirá esa idea de que se puede abusar de ese tipo de espacio (utilizarlo mal, ensuciarlo, destruirlo) pues alguien más se encargará de repararlo, y si nadie lo hace, el afectado será alguien más, «yo no».

En fin, es una lástima que nuestras plazas amanezcan así cada vez que hay un evento o una concentración, del tipo que sea. Y es una lástima que no entendemos que los humanos actuamos con base en incentivos.

Por mucho tiempo he creído que una buena forma de mantener «sanito» el medio ambiente es mediante el fortalecimiento de los derechos de propiedad, pues sólo cuando algo es tuyo lo sabés/querés cuidar. No pretendo que este texto tenga el rigor académico que se exige de un paper, pues es solamente una reacción instintiva al desastre que vi. No pretendo convencer a nadie, ya tendré más tiempo para tratar, quizá extendiéndome más en otra ocasión.

Lo que sí busco es contarles por qué p%#!s pienso, de manera resumida, que estaba tan sucia la plaza después de cada concentración del FMLN, cada concentración de ARENA, cada marcha anti aborto o cada desagradable concierto de Maná.

Estimado Ovidio Bonilla: Yo no le quiero pagar…

Estimado Ovidio Bonilla, yo no le quiero pagar su sueldo. ¿Cómo puedo hacer?

No es que usted no me agrade como persona, de hecho no lo conozco. Podrá usted ser un tipo simpático, con muchos dichos, anécdotas graciosas o dotes para la guitarra. Podrá ser el cuenta-cuentos más entretenido, el alma de la fiesta o un muy buen amigo. Ninguna de esas características me sorprendería.

En fin, a nivel personal, no dudo que sea un buen tipo. Le respeto como persona.

Independencia judicial.

Sin embargo, no le quiero pagar su sueldo. Mire usted qué situación más complicada pues ha sido juramentado como magistrado de la Corte Suprema de Justicia y por tanto, su sueldo proviene de los impuestos que todos pagamos. Pero yo no le quiero pagar.

No me siento ni consistente ni cómodo pagándole su sueldo a una persona que abiertamente se prestó a traicionar el orden Constitucional del país. A una persona que se prestó al show de unos tipejos que se tomaron una institución por la fuerza y celebraron con pompa el triunfo de la matonería sobre la razón.

Seguramente habrá otros ciudadanos que querrán pagarle su sueldo. Que estarán cómodos con ceder parte de sus ingresos al fisco para que este destine una parte que irá a su bolsillo, señor Bonilla. Seguro lo harán, y con mucho gusto. Pero yo no quiero ser de esos.

No quiero pensar que parte de mi dinero, que podría ser utilizado para mi consumo, para ahorro o lo que yo decida que es mejor, va a emplearse en su salario, cuando no creo que usted debería estar ahí, en el puesto que desde ayer le fue conferido.

Supongo que es el costo de vivir en una democracia. Tengo que aceptar lo que fue decidido por mis «representantes», comprometerme a no votar por ellos y esperar que en las próximas elecciones no vuelvan a ganar. Es decir, no puedo hacer nada.

En fin, espero que su trabajo lo haga con decencia y dedicación. Con independencia, si es posible. Lo espero, realmente, pues eso es lo que le manda la ley.

Por mi parte, seguiré trabajando, mes a mes, como el resto de mis compatriotas, para que cada quincena reciba su salario. Me guste o no me guste.

De caballos ganadores…

El caballo ganador no tiene estadio…

Para que se pueda hablar de un caballo ganador, es necesario que exista una buena pista donde este pueda competir. Para que esta pista esté en buenas condiciones, es necesario que hay un hipódromo, un estadio con cimientos y bases fuertes, que le mantengan en pie sin importar bajo qué condiciones se encuentre y sin importar quién lo visite.

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En El Salvador ya se habla de ‘caballos ganadores’ para las próximas elecciones presidenciales.

A nuestro partido de ‘oposición’ le recuerdo que para hablar de ganadores en las próximas presidenciales es importante defender las bases del sistema que permite el voto, un conteo transparente y un respeto por los resultados obtenidos.

Les recuerdo que antes de celebrar el triunfo en la carrera, es necesario proteger el estadio donde se corre. Estadio que de momento está en riesgo de caerse, mientras ellos siguen en su novela preelectoral, desconectados de la realidad.

El Edificio…

En la calle principal hay un edificio de oficinas.

El Edificio

El edificio es alto, elegante, organizado y moderno. Sin duda, un lugar deseable y atractivo. Dentro del mismo, muchas empresas y organizaciones operan con tranquilidad.

Directiva de los Ocupantes

Para evitar los conflictos y diferencias entre los diferentes Ocupantes del Edificio (si un rótulo del Abogado X entorpece la visibilidad de la Empresa Y; si la música de los Aerobics interrumpe las Clases de Inglés del tercer piso; si la…), se formó la Directiva de los Ocupantes y constantemente se reúnen para constatar que todo marcha bien.

Un día, la Venta de Caramelos se queja de que el Edificio no tiene música ambiental que atraiga más familias, los demás propietarios votan, y felices toman una decisión. Otro día, la Farmacia pide que se le asignen más estacionamientos y por cuestiones de espacio la petición es negada. Entienden la razón y quedan satisfechos. Cada mes es una cuestión diferente y todo marcha con normalidad.

Un día, sin embargo, en la Oficina del Dentista, dos asistentes son despedidas por mal desempeño en sus funciones. Acceden a negociar una indemnización y el despido se da con los requisitos que exige la ley. Todo parece normal hasta que en la sesión de la Directiva de los Ocupantes, entran sin anuncio las dos asistentes, insolentes y mal educadas.

Interrumpiendo a quien exponía un problema de iluminación, ambas cuentan exageradas historias de la carga laboral que les exigía el Dentista, que las obligaba a llegar temprano, como a todos los empleados. Ambas relatan cómo este las regañaba si se retrasaban unos minutos y cómo no les permitía revisar sus redes sociales en horas laborales. Relatan exageradas historias que son desmentidas por el Dentista, su secretaria y su contador, que también asisten a la Directiva de los Ocupantes.

Eso es asunto de la Oficina del Dentista, afirma la florista del primer nivel, quien llama a la calma y pide que se retiren las visitantes, pues no les compete estar ahí. Podrían haber renunciado, o exigido un mejor trato, si fuera así, dijo el Contador, y pidió volver a la reunión.

Sin embargo, ellas no se retiraban y ante la insistencia, el dueño de la Venta de Caramelos dijo «algo de razón deben tener«. «Este tipo es un inhumano«, afirmó el dependiente de la Farmacia. «Deberíamos sancionarlo«, añadió el dueño de la Tienda de Mascotas.

«Pero eso es cuestión de su oficina, no de la Directiva de los Ocupantes«, añadió el Abogado X, y la dueña de la Empresa Y, que no soporta su rótulo, le contradijo y propuso que se expulsara al Dentista, que tenía una trayectoria intachable.

Las Niñas de los Aerobics y el Publicista estuvieron de acuerdo, aún sin conocer los pormenores del caso, aún sin tener evidencia de los supuestos abusos del Dentista. Tras unos minutos de inútil discusión, la mayoría de los miembros de la Directiva de los Ocupantes miraba con recelo al Dentista que un día antes era admirado por todos.

«Me voy de esta tontera…»

Los Ocupantes estaban divididos por los asuntos internos de la Oficina del Dentista. Molestos se interrumpían, algunos que se insultaron y hasta ofrecieron liarse a golpes. Finalmente, harto de «tanta tontera (así lo dijo)«, el Dentista dijo que se mudaba. Que no volvía a ese edificio de locos. Que sus pacientes más chicos no volverían a ir a la Venta de Caramelos. Que las madres no volverían a las clases de Aerobics mientras él realizaba sus servicios. Que no tendrían razón de ser los productos dentales en la Farmacia. Que por la insensata intervención de todos en sus asuntos internos, quien perdía no sólo era él. Perdía todo el Edificio.

Por las siguientes reuniones de la Directiva de los Ocupantes, las ex asistentes del Dentista eran vistas como heroínas. Como valientes. Hasta que preocupado, el Farmacéutico anunció que tendría que cerrar, pues ya nadie le compraba. La Venta de Caramelos tuvo que despedir empleados, pues vendía muy poco. Los Aerobics se quedaron sin muchas de sus clientas.

El Edificio y su ambiente, envidiable y productivo, se vino abajo. La amistad entre los Ocupantes se interrumpió y los leves conflictos que algunos tenían -y se platicaban en la junta mensual- ahora se resolvían con amenazas e intimidación. La Directiva de los Ocupantes era más y más hostil hasta que decidieron disolverla y no volver a cooperar.

«Un día«, dijo el Abogado X, «entenderán que la Directiva de los Ocupantes estaba diseñada para resolver problemas entre vecinos. Que las diferencias que surgieran a lo interno debían ser resueltas a lo interno. Que los empleados y los empleadores eran responsables de sus relaciones y la Directiva de los Ocupantes debía cuidar otras cosas«.

«Un día«, dijo el Abogado X, «entenderán que el problema fue mezclar el acuerdo de la Directiva de los Ocupantes con algo que sólo le importaba al Dentista y sus asistentes. Que el problema fue no entender la diferencia entre lo que es asunto interno y lo que es asunto de todos«.

«Si todos quisieran, a su conveniencia, llevar esos problemas cuya solución no les gustó, a una instancia más grande», de nada sirve que dentro de sus oficinas existan reglas. Si en la Directiva de los Ocupantes van a intervenir en asuntos internos, y a defender injusticias, este Edificio ya no tiene sentido«, dijo el Abogado mientras devolvía la llave al dueño del inmueble. Y se fue a otro Edificio.

Se fue a uno donde las reglas se respetaran, donde los asuntos internos de unos no los intervinieran, ni siquiera los comentaran, los otros.

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El Salvador está en una gran crisis actualmente, y parte del problema es que, a conveniencia, un grupo de diputados ha decidido no acatar una sentencia emitida por la institución QUE DEBE EMITIR SENTENCIAS. Al respecto, han decidido llevar la decisión a una instancia que no tiene el peso que da la ley para pronunciarse.

No permitamos que funcionarios nuestros, cuando no comparten una decisión, decidan no cumplirla y opten por confundirnos, llevando el tema a otras instancias que nada tienen que ver.

Finalmente, exijamos que se respete nuestra soberanía. La ropa sucia se lava en casa y por algo existen reglas que ya están establecidas

«Salones y fiestas galantes»

Salones y fiestas galantes. Así se titulaba un capítulo de una de mis clases de historia. En este, el autor (a quien citaría, pero no recuerdo) describía el Congreso de Viena y su perspectiva me recuerda mucho a lo que vemos hoy por hoy en El Salvador. A continuación, algunos datos…

Diseñando el mundo, un cognac a la vez…

Tras la derrota de Napoleón en 1814, el Canciller austríaco (el Imperio Austríaco fue uno de los actores claves del siglo XIX) Clemens von Metternich organizó un Congreso con representantes de las mayores potencias europeas de la época (Prusia, Rusia, Austria, Reino Unido y Francia; monarquías con poco control parlamentario, que añoraban contener el avance de las ideas del progreso y esa «incómoda» -acaso estúpida- ansia que se empezaba a sentir por libertades civiles y derechos individuales) para diseñar el futuro del continente, a fin de buscar la estabilidad, la paz y el balance.

¡Ay, qué lindos!

Desafortunadamente, para ellos estabilidad, paz y balance significaban volver a un régimen en que el Estado era un fin y no un medio, y el Congreso se celebró en grandes salones, bailes constantes, paseos por los elegantes parques vieneses y un estado de embriaguez total. Las diferentes monarquías se daban cita en elegantes recepciones para «trazar y diseñar» el progreso de una Europa que desconocían, una Europa cambiante.

Un castillo de naipes, indudablemente. Las ideologías estaban en un punto de ebullición. Los crecientes grupos nacionalistas no tolerarían más vivir dentro de grandes imperios tan disímiles como insensatos. Los ciudadanos dejaban de creer en los ostentosos niveles de vida de sus monarcas mientras ellos no percibían el fruto de su trabajo. Y el castillo se derribó, lentamente.

Para no alargar la historia, las guerras, alianzas en secreto, y tensiones diversas marcaron el fracaso de un Congreso falso, el cual, descrito por el príncipe de Ligne, no avanzó, bailó. Un Congreso en el que monárquicos ancianos intentaron trazar la ruta de una Europa convulsa y con ansias de algo nuevo…

Y así es nuestro país. Sin ánimos de volver el texto un manual de historia, insto a una breve reflexión. Tras 20 años de un acuerdo de paz que dio fin a los balazos mas no a los abusos, empezamos a sentir un deseo de más libertad, de tener derechos, de vernos protegidos por esas palabras que aparecen en cursiva en el Pasaporte. Ya no es sorpresa ver a jóvenes con ideas diferentes exigiendo respeto a puntos que tienen en común o instituciones que abandonan la comodidad y demandan decencia.

«Rico, ¿’vea vos’?»

Mientras tanto, en los salones de la Asamblea, en las reuniones de CAPRES, en las recepciones de hoteles, en las casas de nuestros gobernantes, con fondos públicos se financias estas fiestas galantes, estos ostentosos eventos en que ellos trazan hojas de ruta, diseñan nuestro destino y administran nuestros derechos.

Fuera de los salones, alcanzo a percibir gente que quiere libertades. Alcanzo a escuchar voces que ya se están hartando. Me parece que el ambiente huele a indignación. El espíritu de la época -el zeitgeist- es de cambio y los políticos son de «paz, estabilidad y balance».

En Europa tomó cinco décadas derribar el castillo de cartas. En El Salvador no nos podemos dar ese lujo.

Ojalá un buen día descubramos que lo que están diseñando no es lo que queremos, y ojalá aprendamos a exigir lo que merecemos y ponerle fin a esos salones y fiestas galantes.

Ojalá entendamos, como en el siglo XIX, que el poder no viene del cielo, sino de la autoridad que acordamos delegar a nuestros funcionarios. Finalmente, ojalá alguien lo diga más entretenido que yo, sin tanta referencia histórica…

¡Revivió La Surreal!

Cristina Fernández de K y la «Sudestada»

Sudestada: fenómeno meteorológico en la región del Río de la Plata, consiste en corrientes de aire frío que penetran el territorio, siguiendo el cauce del río, bajando las temperaturas y trayendo consigo fuertes lluvias e inundaciones. Este fenómeno se da esporádicamente entre los meses de abril y diciembre y tiene la facultad de poner a los bonaerenses de un terrible e impredecible humor.

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Así de impetuosa como la «sudestada», el día de ayer, haciendo gala de pretensiones fascistas disfrazadas de democracia, la presidente (sí, así se dice)argentina Cristina Fernández anunció la nacionalización del 51% de las acciones de la petrolera española YPF. Sin anunciar una cifra de «compensación» o algún otro detalle que suavizara la terrible noticia, se despidió añadiendo que la industria petrolera es de «interés nacional».

"Vuélvanse a España (pero déjenme su riqueza)"

Inmediatamente se desencadenó una inundación (algo parecido a la sudestada, pero más diverso) de comentarios alusivos en redes sociales. Algunos, los afines al proyecto de los K y la hipocresía de su régimen, apoyaban esto apelando a la dignidad del «sur», tan explotado por las transnacionales y vilipendiado por años de globalización explotadora. Casi me sacan las lágrimas.

Otros, quizá un tanto más sensatos, notaron que en la acción de Cristina se ven ya luces de una aprendiz de dictadora, que interviene medios de comunicación, utiliza las viejas herramientas de monitoreo de prensa a fin de controlar lo que «se dice» del gobierno y, aprendiendo de sus amiguitos sudamericanos, ahora incursiona en el mundo de las expropiaciones.

Estas últimas se sitúan en el Olimpo de políticas destructivas que un Estado puede llevar, quizá sólo superadas por la eliminación física de las personas que deciden opinar diferente o el encarcelamiento de las mismas. Todo esto mientras se repiten falsas consignas democráticas y se ondean banderitas.

En fin, ¿qué aprendimos de la Argentina el día de ayer?

  • Principalmente, que su gobierno no les representa. Que un país culto, ávido por la lectura, con figuras históricas envidiables está siendo insultado por una persona caprichosa que no representa más que su interés personal.
  • Segundo, que el discurso demagógico está calando. ¿Cómo es posible que haya jovencitos que se desgasten apoyando un robo «legal»? ¿Cómo es posible que los mismos jóvenes se involucren en extensos festivales artísticos pidiendo libertad de expresión y tolerancia?
  • Tercero, que en el marco de ese vulgar discurso, se desdibujan los actores y lo que estos hacen. Aquí no se trata de una «explotación» indiscriminada del suelo y los recursos argentinos. Aquí no estamos hablando de españoles regordetes que viven a costa de los pobres amigos del sur. Aquí estamos hablando de una institución que genera(ba) empleos, que operaba con capital internacional recursos que los argentinos no han podido trabajar y que generaba riqueza: con las reglas del juego claras, el único camino para eliminar la pobreza.
  • Finalmente, que esto no se trata de defender a una empresa, sino a la sensata idea de las reglas claras y un Estado que sea un aliado a la hora de crecer y no un enemigo que vigila a los emprendedores y les castiga cuando estos ayudan a otros a generar ingresos. Las previsibles represalias del Estado español (embargos, cese de relaciones diplomáticas o cualquier respuesta) no afectarían a Cristina. Afectarían a los argentinos en general. Las intervenciones no sólo vulneran la paz entre los pueblos, también cierran las puertas a aquellos ciudadanos honestos que ven en el intercambio formas de sobrevivir.

El día de ayer, el Estado argentino mandó un mensaje: que con una firma de la Señora K, a cualquier persona o grupo de personas operando en Argentina se le pueden vulnerar sus derechos. «Por interés nacional».

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Así es la sudestada, impredecible. Deja de mal humor a los que baña a su paso y se retira impunemente.